Chiang Rai (Tailandia)
17 de Noviembre 2014
Tras las tropecientas curvas de Pai a Chiang Mai (no me aprendí el número aún, pese a que la mayoria de las camisetas souvenir llevan ese icono como reclamo turistil) uno ve las cosas de diferente color. Un foot massage en la estación arcade de chiang mai + recarga de movil y de nuevo en ruta hacia Chiang Rai y ahí dos nuevas compañeras de viaje ( Gema e Yvonna), nuevas cartas de color en la paleta cromática del viaje.
Buscar hostel on arrival siempre es un jolgorio, uno se cansa del today is full, hasta que llega a cualquier hostel y hace de él su casa,… otra vez la percepción sutil de los colores.
Reencuentro con un viejo amigo, Felipe, motorista intrépido , para dar la vuelta de rigor. Estupefacción kistch en el reloz iluminado mientras sonaba a la hora en punto una serenata de canción thai muy seguida por el público local (algo así como «quedamos en punto en el reloj de las luces». El night market bazzar de turno, con mil parafernalias repetidas pero siempre agradable de recorrer y cena rápida que mañana esperan los templos.
Saludos viajeros
En mi memoria (auto)selectiva aparecen flotantes dos recuerdos básicos de aquel día.
El primero fue en la estación de autobuses de Chiang Mai donde al cruzarme con un chica de rasgos penínsulares descarte la idea tras ver a su lado una rubia muy de corte norte-europeo. Mientras hacía tiempo por la estación, comprando las típicas galletitas, bebida, etc para el viaje, me las volví a cruzar. Todo hubiese quedado así, si no fuera porque una vez ya sentado en uno de los asientos de atras del bus, con la mayoría de plazas ya ocupadas se sentó a mi lado Gema y me confirmó mi suposición, ella del norte, pero del norte de la península y su compañera Yvonne de Suiza, dos asientos más allá.
Una nueva etapa de viaje , nuevas compañeras. A veces pienso que la fortuna y la intención fueron las que me acercaron tantas nuevas compañías, tal vez previniendo aquel vacío al rellenar un lienzo de única y propia mano.
La segunda fué la sensación de aquel reloj iluminado a luces de colores cambiantes, surcado en la rotonda por exporádicos vehículos. Ahí ya eramos cuatro, sentados, escuchando rodeados de tailandeses aquella música que a la hora en punto acompañaba ese pequeño momento de tranquilidad del día.