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Diarios de un Chikungunya (3)

Capítulo 3: Las fiebres del Monzón

Los trenes en la India son una institución, atesoran retrasos y paso del tiempo; desde la época colonial británica son una de las imágenes junto al Taj Mahal y las vacas sagradas. Algunas películas como «Viaje a Darjeeling» le han puesto un broche al imaginario popular de turistas y viajeros, pero la imagen es menos romántica y las categorías de billete reflejan en alguna manera la aún estructurada sociedad de castas del país.

Para turistas y viajeros las opciones más habituales (modestas con ventilador o lujosas con aire acondicionado) incluyen un pasaje en cubículos conectados por un pasillo semicentral con tres líneas de literas abatibles agrupadas en tres plantas; en un esquema tres-tres-tres dejando un lado del cuadrángulo a las vistas de ventanilla. Nuestro destino era Varanasi, la famosa ciudad de las cremaciones sobre el río Ganges y tras una visita a la oficina «May I help you» de la estación central de Delhi teníamos nuestros billetes para el tren nocturno, felices de tomar nuestro primer largo recorrido en la India. Nos esperaban 12 horas de trayecto (tardamos un poco más).

Tras risas, partidas de cartas, comidas frugales a base de pakoras y galletitas, decidimos acostarnos; también porque estábamos en las literas inferiores que hacen de asiento común hasta que la intermedia es desplegada. Esa noche vivimos un episodio surrealista que recordaríamos el resto del viaje. Un indio en la litera alta del bloque frontal opuesto a nuestro «asiento» había decidido retozarse haciendo ruido de fricción de sabanas, mi amiga y yo nos miramos con ojos de «no puede ser» y al alumbrar con un llavero linterna el tipo se giro ocultándose de medio cuerpo en una confirmación de lo sucedido.

 

Adolorido por una mala postura me volví a dormir ensoñado por descubrir los ghats de la sagrada Venarés. Allí llegamos a nuestro alojamiento tras el regateo pertinente con los conductores de tuk-tuk , y no sin antes pasar por un laberinto de calles abarrotadas de tiendas de ofrendas,  indicaciones coloridas y flechas de decenas de otros guesthouse.

 

En nuestra habitación, en la azotea del edificio, uno de los hijos medianos azuzaba un palo al aire con telas atadas al extremo. Empezaba a caer la tarde y una colonia de macacos peregrinaba con crías y adultos por el territorio extenso de terrazas de la ciudad. «Fíate de un hombre, fíate de cualquier otro animal,… tigre, elefante,…  pero nunca te fíes de un mono de estos» resumió el padre de familia y recepcionista improvisado.

 

Alguna cometa surcaba el cielo aún y los tonos anaranjados recortaban las acrobáticas sombras de los monos. A pesar del sofoco, ésta es una de las estampas que me vienen en primer término cuando recuerdo mi viaje por India. También ayudó notar un calor interno que me llevó a buscar el termómetro en mi botiquín. Empezaba a tener fiebre y a preocuparme. Aún no ataba cabos pero no tenía buen presagio. Decidimos comer unos refrigerios a base de sandwiches especiados  y zumos de fruta, y al regresar a la habitación: 39,4ºC en el digital, marcaba el aparato. Tras la pausa decidí llamar a la aseguradora para buscar recomendación. Afortunadamente no escatime tiempo en acercarme al hospital que me indicaron; allí a parte de la fiebre elevada ,una erupción cutánea importante en los brazos hacía creer al médico que era dengue. Estaba jodido y para rematar no llegaba el e-mail de confirmación de mi seguro pues la oficina de gestión del hospital había concluído su turno. Empezaban 5 noches de suero intravenoso, calmantes , enfermeras de Nepal y clases de español-macedonio con Jovana (a quien nunca podré dejar de agradecer su cariño y atención). Mis plaquetas y mis fuerzas estaban bajo mínimos y era claro que una enfermedad tropical era la causante, el médico descartó dengue y malaria. Un pequeño respiro ese día!

Entre dosis de suero con antitérmicos y «spongings» para menguar la temperatura corporal pasaron los días. Una debilidad muscular constante y una imagen nítida de la habitación me vienen a la cabeza en el que es uno de los mejores hospitales indios de la ciudad (no tanto para los estándares europeos). Allí descubrí que la comida se podía encargar por carta al restaurante del lado y que un chaval espabilado de unos 12 años hacía las veces de mensajero a la par que aprendía alguna palabra extra en inglés. Descubrí la personalidad amable de tres enfermeras y el auxiliar del Nepal, que hablaban poco pero siempre ofrecían una sonrisa y experimenté la dificultad de conseguir una tarjeta telefónica india en un chiringo vía trámites de terceras personas.

 

Tras el alta médica y con un caminar renqueante aparecí por «segunda vez» por la guesthouse, donde ya me echaban de menos para intentar venderme una visita a tiendas de ropas; «¡surrealista!». Tras dejar los trastos encontramos un local con ganas de hablar, un chico joven desgarbado y atento, que tras oír nuestra historia decidió ofrecernos visitar los lugares de cremación. Por puro instinto viajero, Jovana y yo, hubiésemos rehusado tal oferta pero algo nos dijo que el universo estaba de nuestro lado y que podíamos hacer una excepción, no pensamos mucho ahí, la verdad.

Con Sky Bhai subimos al típico edificio deshabitado medio ruinoso con vistas directas a los crematorios; allí comprendimos a paso de escalera que entrar solo era situarse en la emboscada de pedigüeños varios ciertamente inquietantes. El viento soplaba hacia nuestros ojos; oteábamos difusas piras en unas plataformas a pie de río. Nuestro improvisado guía, consciente de la visibilidad reducida, nos acercó a pie de los cuerpos, pasando por las pilas de leña de diversas calidades almacenadas en grandes montículos. Un cuerpo envuelto en sus diversas mortajas yacía a centímetros escasos de nuestros pies; y al llegar a la plataforma encontramos una cremación a medio proceso a unos 4-5 metros de distancia. Estábamos allí en el Manikarnika Ghat apoyados en un templo de Shiva mientras nuestro nuevo amigo nos contaba, con una precisión casi didáctica, como funcionaba la ceremonia y muchos otros datos curiosos de la ciudad. Me invadía una sensación de calma y una incomodidad por los familiares; él nos explicó que respetuosamente era como un honor que compartiéramos ese momento, siempre desde la distancia respetuosa. Al Ganges llegan hinduístas de todos los rincones para despedir a sus seres queridos; es uno de los lugares sagrados más importantes y sin duda más impresionantes de la India. Me hubiese quedado largo tiempo preguntando a «Cento» por la vida y liturgias de la ciudad pero mi cansancio era superior. Nos despedimos y trate de descansar, ciertamente el calor interno no había menguado del todo, sí la fiebre, y me picaba el cuerpo de mala manera. Desconocidos efectos secundarios de un diagnóstico muy inespecífico de «fiebres víricas».

Hoy cuando me preguntan mi lugar preferido de la India, extrañamente recuerdo Varanasi. ¿Qué decir?


Varanasi – India

7 – 14 de septiembre de 2016


 

envi@t des del cor: Share!!!

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