Essaouira (Marruecos)
13, 14 y 15 de mayo de 2016
Yo tenía en la cabeza pasar por Essaouira, lo que no tenía claro es que sería antes de visitar Marrakech. El tema en cuestión fue aprovechar el Festival de músicas del mundo que allí se celebra: Gnaoua, encuentro de músicas/folkore de diferentes países y de los más diversos estilos. La ciudad rebosa de gente llegada de todas partes del país y de extranjeros atraídos por los cantos de sirena de la palabra F E S T I V A L. La verdad y como me hicieron entender diversas personas (locales) el evento era más auténtico en su día y las calles se sumían en un sonar de percusión que a día de hoy quedaba ahogado por la popularidad del certamen. Pero a mi me pareció una oportunidad estar allí.
El festival Gnaoua
Yo así lo imagine, igual hasta me proyecté en un lugar ausente de muchedumbre y con un gentío más tranquilo y observante. En esos días callejeé y pude asistir a algún concierto como de casualidad, me dejé llevar por la marea y la gente que conocí. Me reencontré con Jorge (viejo compañero de camino), conocí a Sam una chica marroquí de espíritu libre de la cual aprendí grandes lecciones estos días.
Recuerdo el concierto de un grupo reivindicativo hiphop- funk-folklore marroquí «Hoba Hoba» (o algo similar) en el cual estuve saltando desmesuradamente (con una suiza, un portugués, un marroquí, una holandesa,…), también de forma un punto ortopédica pues llevaba una mochila delante con la cámara reflex.
El puerto y sus gaviotas
Dejando la medina atrás (ese lío de calles) aparecí en la amurallada arquitectura litoral que me ofrecía vistas al Atlántico y postales de gente sentada comiendo en los resquicios zigzagueantes del relieve del muro; allí simplemente mirando al mar como parte de un paisaje habitual del quehacer diario de la ciudad.
Llegue dos veces al puerto; la primera sólo, fue intenso, las gaviotas no paraban de planear cercanas a los pescadores que seleccionaban sus mercancías. Mas allá un cúmulo de barcas, de color azulado reposaban de su labor diaria, redes de pescadores, el silencio despierto sonando a fauna marina, miradas de pescadores y ese aroma a sal de mar.
La segunda fue acompañado, eso que caminas como observando un escenario artificial para tus ojos y tan real como los saltos que realizaban unos chicos; directos al mar, en un recodo del recinto portuario, un improvisado campeonato local de salto de espigón.
La playa de Essaouira
Justo en la ciudad una playa infinita plagada de vientos donde hacer Kite-surf. Simplemente caminar y conversar, arena y palabras. Así llegamos lejos que al volver ni la camisa podía ponerme de las ráfagas airosas que me golpeaban. Un paisaje de arena en movimiento bajo, como ondulaciones de la física teórica pasadas de un papel al plano de aquel reposo-santuario del océano en forma de arena.
Me gustó Essaouira, y volvería a disfrutar del la esencia de esa ciudad, pero con tranquilidad y sin masificaciones de gente; volvería a repetir conversaciones y a dejarme llevar por el paso del tiempo… quizás volvería al hostal tranquilo y a sus vistas de terraza y descubriría las historias de las gentes de allí… escribiría y no miraría el calendario,… tal vez hasta me quedaría varado en esa ilusión que allí construí.
¡Saludos viajeros!