Basilea (Suiza)
2 de Junio 2015
Es muy amable la sensación de llegar a un lugar y llegar a casa.
No se cuantas veces habré estado en Suiza visitando a mi prima, primero fue en Zurich y luego unas cuantas en Basel y la sensación siempre tiene un factor común, la comodidad de sentirme atendido y querido, como cuando uno se descalza y se pone las zapatillas de estar por casa o camina descalzó por un suelo de madera, como ir a prepararse un te con una taza con la historia de la casa. Comodidad.
Esta vez no fué diferente. Después de un lunes de bus extraviado en un cambio de trayecto que me presentó al lago Konstanz y de ahí tres horas mas tarde de lo previsto a la adoquinada Freiburg. Después de un segundo tren, perdí el primero por un minuto. Y después redescubrir el mecanismo de la máquina de billetes del tram de Basel, allí estaba y en la ventana dos mocosos de apenas dos años que miraban por esa opertura de doble sentido.
Y ahí estaba tomando una copa de vino blanco alsaciano con Sara como si no hubiese pasado el tiempo. Cenar unos canelones caseros como si estuviese por sant esteve en Barcelona, uno no se para a pensar en comer lo mejor, beber lo mejor, vivir lo mejor el mismo día,… pero esos canelones fueron como aterrizar en una celebración importante, tan importante como el contexto de la normalidad del día, del único día que tenemos ese día.
La noche caía para dar paso al martes, y como siempre: «Me encantan los lunes»
Un Martes en Basel; Oliver partía a Berlín, Josep Maria se quedava con Aleix que tenia fiebre (a fer d’avi recien llegado de Barcelona) Sara llevaba a Carla a la guardería , y yo tras una ducha iba a redescubrir uno de los dos amores de martes.
Reseguí el tram hasta el centro, el mercado alrededor de la Rathaus, las calles empedradas de pequeñas tiendecitas selectas, la catedral con su balcón al río dond pare a leer unas líneas bajo el bullicio de cinco adolescentes y un par mas de lectores. Bicicletas, carritos, la cabeza mecanizada que saca la lengua y las fuentes de agua límpida. Claro que volvía a la placidez de la recitada comodidad, esa ciudad ya la conocía, era como si me la volvieran a presentar, pero esta vez era yo el despistado guía con sus pensamientos y sus instantaneas.
Sara me esperaba en su pausa para comer en el campus de Novartis y allí tras un curry mussaman y una vuelta por las instalaciones, allí estabamos sentados frente a un edificio de Frank Gerhy y con un Chillida a la espalda, comiendo un helado en el cesped con el cielo suizo de azul surcado por estelas de aviones.
A la tarde redescubrí la mirada de Aleix, vimos un capítulo de la abeja maya interrumpido por su toquetear inconsciente del portatil; hacia una mueca con las manos golpeando en garra y mirando para los lados, un resoplido de y ahora que, esto no va conmigo, jeje.
LLegaron Sara y Carla mientras mi tío acavaba su sudoku y Aleix se llevaba el gato al agua consiguiendo una tostada con sobrasada de Mallorca.
Bajamos chancla en pie al jardincito a regar las plantas. Carla que tiraba el agua por un agujero de desagüe aprendió al final a dar de beber al cesped y de ahí ya a las plantas. Unas mil fotos saltando y descubrir el gesto propio de los dos pequeñajos, protagonistas absolutos de ese segundo amor de martes.
Llegó la noche, ese día pasó volando, ese continuo collage sin hueco alguno.
¡Saludos viajeros!
p.s. ¡A la mañana siguiente volver a Barcelona con aquel sabor a triunfo!